sábado, 14 de marzo de 2009

Y yo también tengo un sueño…

“que algún día mis (…) hijos vivan en un [mundo]
en el que no sean juzgados por el color de su piel,
sino por el contenido de su carácter”

Martin Luther King, Jr.

Ya he pasado dos meses y medio en Pobe. Han pasado muchas cosas. Hasta ahora me he dedicado a tratar de percibir dinámicas generales del pueblo donde vivo. Creo que voy avanzando poco a poco. Sin embargo, este trabajo es bastante lento, pues como todo principio en una tierra ajena, uno tiene “invertir en relaciones”, conocer a la gente y aprender los códigos culturales para relacionase, lo cual no ha sido fácil en ocasiones.

No he escrito mucho aquí pues, por una parte, he pasado la mayor parte del tiempo ocupada con mis notas de campo y, por otra, quería realmente darme el tiempo de escribir este post y no encontraba las ganas y la claridad emocional para hacerlo. Se trata de una de las cosas que hasta hora me han costado más trabajo: lidiar con las percepciones de “pobreza” y de diferencias “raciales” que tiene la mayoría de la gente. Entre las dos, la que me ha costado mas trabajo es la segunda. Podría decir que he ido percibiendo una cierta contra-parte de esa relación difícil que existe entre Europa y África, y de la que hablaba en un post anterior.

Cada extranjero que visite Benin se dará cuenta que cada vez que camine por las calles y lugares públicos la gente le llamara Yovo u Oyinbo, dependiendo de la región que visite y de la lengua local que se hable. Yovo, en Fon, y Oyinbo, en Yoruba, significa “blanco”, es decir, gente con el color de piel blanca y principalmente se refieren a las personas de origen europeo. Es mas, los niños tienen una canción que dice: “Yovo, yovo, bonsoir, ca va bien? merci”, la cual te cantan repetidamente y con gran entusiasmo cada vez que te ven. Antes de venir yo ya sabia que este era el caso, pues un amigo me había dicho que después de un tiempo se volvía algo muy incomodo. Yo al principio no lo creía y pensaba que quizás era una exageración. Pero, después de un par de semanas de estar aquí y, tal como mi amigo me había advertido, uno se empieza a cansar de que la gente te llame así cada vez que pasas frente a ellos o cada vez que interactúas con ellos. Al principio, trataba de saludar a los niños cada vez que me llamaban y de no darle importancia. Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta que este “inocente” llamado, también contiene una gran carga de hostilidad, sobre todo cuando es dicho por ciertos adultos y adolescentes. Es una experiencia que se convierte, hasta cierto punto, en una sensación de acoso.

Después de un par de semanas, me di cuenta que lo mas difícil de ser llamado Yovo u Oyinbo, no es tanto el hecho del “mote” en sí, sino del ser asociado con una serie de prejuicios raciales que existen hacia el “blanco”. Llegue a la conclusión de que este tipo de situaciones, en las que la gente te llama despectivamente “la blanca” o “el blanco” y te trata con el mismo desprecio, no son otra cosa más que racismo puro. Es decir, la acción de juzgar y tratar de manera negativa a una persona, simplemente por el color de su piel. Desafortunadamente, pocas veces se habla sobre y se condena este tipo de racismo hacia “el blanco” que existe en muchos países del llamado tercer mundo. Este es un racismo que es también muy complejo. Es un racismo que particularmente sucede en países que fueron colonizados en algún momento de su historia. Tristemente, los pueblos colonizados aprendimos a vernos como si fuéramos inferiores, como si tener un color de piel obscuro fuera sinónimo de ser feo o menos capaz. A su vez, es una falsa admiración por el “blanco” que a la larga se traduce en recelo y rencor hacia uno mismo y hacia el “otro”, que se manifiesta en un autodesprecio y en agresión hacia aquel que se considera como si fuera mejor a nosotros mismos.

Debo admitir que vivir esta situación me ha hecho pasar por una gran cantidad de emociones. Al principio, había noches en las que me despertaba llorando y no sabia porque. Así que me puse a tratar de “contactar” ese sentimiento. Analizando un poco de donde venía, me di cuenta que era una sensación familiar, similar a la que muchas veces experimente de niña en México. Estoy segura que muchos mexicanos habrán compartido ese sentimiento cuando algunos adultos y compañeritos de la escuela decían, entre tono de burla y compasión, cosas como “ah la morenita” o “ah es la mas prietita de la familia”. Recuerdo muy bien una ocasión que regrese llorando de la escuela y le pregunte a mi mamá porque las maestras siempre escogían a las niñas “güeritas” para participar como virgencitas en la pastorela o como princesas o reinas de la primavera. Mi mamá en aquel entonces me contesto: “Y tú porqué crees que las europeas vienen a asolearse a nuestras playas? Pues para tener la piel morena como tu! La próxima vez que te digan algo sobre tu piel, diles que la virgen de Guadalupe también es morena”. Gracias a mi madre aprendí a apreciar y portar con orgullo mi tez morena indígena, pero no todo mundo ha corrido con la misma suerte que yo.

Hoy ya no me importa tanto que me vean como morena, blanca o negra, lo que se me hace injusto de esta situación y que me cuesta trabajo aceptar es tener que “cargar” con los prejuicios que existen hacia una cultura e historia que ni siquiera son las mías. Ser identificada con algo que no soy. A veces siento que aquí no puedo hablar y decir quien soy y de donde vengo, pues de entrada, a mucha gente simplemente no le interesa. Para ellos soy “blanca” y punto. Mucha gente no diferencia entre lo que es ser marroquí, libanés, mexicano u otro. Una vecina me decía que para ella no importa que sean libaneses u otro, finalmente todos son blancos. De manera similar, otro joven opinaba que solamente en África la gente es negra y en el resto del mundo todos son blancos. Y bueno, tendré que decir que las novelas mexicanas que transmiten en la televisión beninesa dobladas al francés tampoco ayudan mucho a cambiar estos estereotipos, pues aquellos que siguen saliendo en la mayoría de los programas de televisión y novelas mexicanas son los “blanquitos”.

Ser clasificado como “blanco” tiene una carga muy fuerte. En un lugar como Benin, donde el pasado histórico de la esclavitud guarda un peso muy importante, el ser blanco se traduce en sinónimo de ser “rico”, colonizador y explotador, mientras que el negro se convierte en víctima, pobre y jodido. Así que mucha gente aprovecha para sacar partido, y por supuesto desquitarse, en cada encuentro que tienen con el “blanco”… No los juzgo, tienen motivos para pensar así y para guardar tal resentimiento. No obstante, estoy convencida de que este tipo de actitudes también reproducen actitudes racistas y las diferencias que ellos mismos condenan. Al hostilizar al “blanco” ellos también se marginalizan y resaltan sus propias diferencias. Finalmente, hacerse pasar como víctima también evade el hecho de tomar responsabilidad de los propios problemas económicos, sociales.

Creo que conforme avanza mi estancia aquí he optado por ignorar y aceptar las cosas como son, pues uno no puede avanzar contra corriente. Es difícil que una persona pueda cambiar la mentalidad de grupos sociales enteros. Sin embargo, todavía hay días en los que salgo a la calle y me fastidia escuchar que me llamen Yovo u Oyinbo. Pero mas que nada, me entristece e indigna profundamente ser testigo de que el racismo existe en muchas formas y que ningún pueblo en el mundo se salva de cometerlo. Es uno de los peores defectos humanos.